Inflación, ¿quo vadis? (parte II)

* Publicado en Diario Financiero el 25 de junio

 

En este mismo espacio, en abril pasado me referí al escenario inflacionario que enfrentaría el país durante 2021. Postulé que el alza de los precios podía continuar algunos meses, presionada por la interrupción en las cadenas de abastecimiento y distribución en un contexto de amplia liquidez de las familias.

 

La inflación de bienes podía persistir en tanto la de servicios respondiera al proceso de apertura. La apreciación del peso jugaba un rol acotado, pero significativo en este contexto, conteniendo en algo este incremento. Señalaba, además, que debíamos esperar que la inflación permaneciera en torno a sus promedios históricos mensuales hasta mediados de 2021, pero que durante la segunda parte del año existían riesgos relevantes que me llevaban a esperar cierta estabilización de los precios.

 

En el Informe de Política Monetaria, el Banco Central (BC) avaló esta tesis, aunque estima que habrá una mayor persistencia inflacionaria proyectando 4,4% a fines del 2021. Sin embargo, existen argumentos que hacen esperar una inflación significativamente inferior.

 

No se cumpliría la proyección de crecimiento económico del BC, lo que ya deja algo más abajo la inflación del año. Asimismo, si bien esperamos una expansión de dos dígitos en el consumo, parte importante de las nuevas inyecciones de liquidez se destinará al ahorro, producto de una visión precautoria más acentuada, dada la incertidumbre respecto del sistema de pensiones que regirá en el futuro. A lo anterior debemos agregar la nueva toma de precios arrastrados que hará el INE cuando el muestreo lo permita, que llevará a ver simples variaciones estacionales para cerca de 20% de los productos.

 

La mirada de la microestructura de la formación y toma de precios parece estar algo ausente en la evaluación inflacionaria del BC. El ajuste al alza en el mix de precios de empresas de consumo masivo ya ocurrió. Lo que se revela en el último Informe de Percepción de Negocios es eminentemente una visión con retrovisor que permite explicar la mayor inflación vista desde mediados de 2020.

 

A menos que veamos dislocaciones económicas o políticas mayores que incrementen los costos de importación o distribución interna, no parece evidente una dinámica inflacionaria como la suscrita por la autoridad monetaria. A eso debemos agregar el “ruido” político: existen varias iniciativas en el Congreso que, de ver la luz, podrían mitigar el alza de los precios de manera sustantiva. Incluso el gobierno podría optar preventivamente por aplicar ciertos frenos transitorios a precios de algunos bienes, de manera de impedir alternativas más disruptivas desde la vereda legislativa.

 

Por otro lado, parte importante de las empresas de consumo masivo de bienes durables y no durables se encuentra con varias de sus líneas de negocios con rentabilidades históricas, pero sin ganar participación de mercado. Podríamos, entonces, estar ad portas de una lucha por aumentar esa participación, lo que traería reducciones de precios para bienes que han tenido alta demanda durante la pandemia. La optimización de los orígenes de importación también estaría ayudando a mitigar el alza de costos, e incluso permitiendo eventuales reducciones en el corto plazo.

 

La inflación de 2022 y 2023 es bastante más incierta. Una política laxa de parte de la Reserva Federal; cierta benevolencia inflacionaria para monetizar deudas soberanas; y mercados laborales en mejor pie podrían ser ingredientes suficientes para llevar la inflación a niveles similares a los que proyecta el BC en esos años.

 

Jorge Selaive
Académico Depto. Administración