El año de Jano

* Publicada el 18 de diciembre en Diario La Tercera

 

Jano era la deidad romana del cambio. Janus – “la puerta” en latín –era dios de la transformación, de las transiciones y, en cierto modo, de la historia. Por ello, sus estatuas tienen una cabeza de dos rostros que miran en direcciones opuestas, hacia el pasado y hacia el futuro.

 

Siempre he pensado que Jano es el verdadero dios de la política y que merece una estatua a la entrada del Congreso. Lo es, porque tiene dos caras, claro… pero a pesar de ello es divino. Los políticos que sirven para algo no lo hacen porque se vuelven repentinamente coherentes, sino porque sus contradicciones, volteretas, incluso mentiras oportunistas, cumplen una función “divina”. Ese es el sucio milagro de la política: que esos chamullos y cantinfleos, a veces, son los oscuros hechizos que invocan transiciones históricas necesarias… cuando se hacen bien.

 

El año 2023 habrá decrecimiento económico en el rango -1% a -2%. Para el 24 y 25 se esperan, quizás, crecimientos positivos acercándose a 2%. Dado que la población crece anualmente en el rango 0,5%-1,5%, tendríamos que crecer algo así como 3% total en los años 23-25 para no decrecer en términos per cápita. Esto es más de lo que se espera. Es probable que Chile sea la economía de peor desempeño en América el 23, una de las pocas con crecimiento negativo y que decrecerá, en per cápita, durante los próximos años. Esto se reflejará, inevitablemente, en más pobreza, vulnerabilidad y desigualdad.

 

Es tentador consolarse pensando que es un problema coyuntural. Que aún estamos procesando las colosales inyecciones de liquidez de la pandemia. Que aún sentimos la crisis global de cadenas de abastecimiento. Que la inflación energética de la guerra en Ucrania. Que las incertidumbres sobre inversionistas del estallido social y el proceso constituyente.

 

El problema es que esas narrativas coyunturales son el árbol que impide ver el bosque. La verdad es que Chile lleva casi 20 años desacelerando estructuralmente. En septiembre del 2019, el crecimiento promedio anual per cápita de Chile de cuatro años era 1%; diez años antes, en 2009, era 4%; diez más, en 1999, era 6%. Este deterioro sistemático es coherente con una plétora de indicadores: desde la productividad a los salarios reales, desde las exportaciones en valor a las mismas medidas en cantidades, desde el desempeño escolar a la inversión en infraestructura… lo que se observa es estancamiento cuando no deterioro.


La clase política y empresarial, en todas sus variantes, parece no enterarse. Si recorremos sus opiniones, lo que vemos es una realidad paralela en que este deterioro no es real y si lo es, es culpa de la barra brava de la otra punta del estadio. Hacia la derecha y en el empresariado genuinamente se cree que lo mejor sería volver al modelo de los 80 y 90 (en público se dice otra cosa) … básicamente un ejercicio de nostalgia. Hacia la izquierda una mitad tiene su propia nostalgia de las políticas de industrialización, nacionalización y proteccionismo de principios del Siglo XX y la otra mitad te sale con la estrategia magenta, los bancos de desarrollo (que ya existe, se llama Corfo), las side letters y otras cosas por el estilo… básicamente un festival de eslóganes.

 

Cuando una tendencia atraviesa dos décadas y cinco gobiernos con alternancia pendular de izquierda a derecha… es estructural. Y las tendencias estructurales requieren estrategias estructurales. No sirven las tácticas cíclicas coyunturales y ciertamente no sirven los ejercicios de nostalgia y los eslóganes.

 

Mi esperanza es que el 2023 sea un año de transición entre etapas históricas. Por cierto, para el tema constitucional quisiera creer que estamos transitando desde la etapa de catarsis hacia una de sobria construcción de un contrato social sensato y funcional. Pero, además, me gustaría pensar que estamos en transición hacia una nueva estrategia de desarrollo y que dejaremos atrás la época de las nostalgias y los eslóganes.

 

Quizás ocurra. Yo contribuiré con los rituales que demanda Jano para invocar ese cambio. Consisten en confeccionar unos pasteles de queso y miel llamados libum que luego se queman en altar en el solsticio de verano (próximo miércoles). Y en enero, el mes de Jano (januairo / january / janeiro / enero) habría que sacrificar un carnero. No sé si llegue tan lejos, pero quizás me sacrifique yo mismo con un cordero al palo y una torobayo... en fin, quizás con ello invoquemos ese dios de la historia, ese dios tan político, con sus rostros contradictorios… y, quizás, útiles.

 

Óscar Landerretche
Académico Depto. Economía