Juguémonos por la Paz, el Desarrollo y la Igualdad de Oportunidades

El Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, aprobado por casi todos los parlamentarios la madrugada del viernes 15 de noviembre parecía ser la luz al final del túnel que los chilenos de buena voluntad esperábamos. Compartí plenamente el júbilo de nuestros compatriotas parlamentarios. Me pareció que reivindicaban la importancia de la buena política para sacar al país adelante. Y los reivindicaban a ellos personalmente, después de tanto tiempo de desencuentros y paralizaciones inútiles.

 

Desafortunadamente, las manifestaciones de descontento, acompañadas de sus inevitables desmanes, violencia contra la propiedad pública y privada y piromanía, no han cesado. Es la hora que los grupos que protestan, por buenas que sean sus causas, entiendan que el momento de la protesta ya pasó. Esto por dos motivos. El principal es que las causas justas que se han manifestado durante estas largas y dolorosas semanas ya han sido asumidas por el sistema político. La segunda es que, desafortunadamente, toda manifestación masiva es aprovechada por delincuentes de distinto talante para saquear, incendiar y amedrentar a la población. Y en ese ambiente, no podemos pensar en el futuro.

 

Los parlamentarios nos invitan a pensar al Chile del futuro, el que le vamos a heredar a nuestros hijos y nietos. Y la violencia es un impedimento para ello. Necesitamos dialogar, hasta el cansancio, con ambición pero también con comprensión de lo que nos están diciendo quienes tenemos al frente. No puede haber construcción sin comprendernos, escuchando a aquellos que no piensan como nosotros. Sino lo hacemos, habremos perdido el momento que nos dio el Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución y volveremos a sumirnos en un túnel sin salida que sólo lleva a la destrucción de nuestra sociedad.

 

Tampoco debemos ignorar los grandes logros de los últimos 30 años. Recuperamos nuestra democracia de manera ejemplar: sin violencia, con votaciones que se realizaron con entera normalidad, sin que hubiese un solo muerto. Disminuimos la pobreza de casi 50% de los hogares a menos del 10%, algo que ningún otro país ha logrado en tan corto espacio de tiempo. A pesar de lo que afirman quienes no le tienen gran apego a la evidencia, incluso la desigualdad ha ido cayendo, algo que no ha sucedido en los países más ricos del mundo, que van en la dirección contraria hacia una desigualdad cada vez más extrema. Y lo hicimos democráticamente. Nuestra expectativa de vida al nacer es más elevada que en varios países desarrollados. Durante los noventa, crecimos a tasas asiáticas y más que duplicamos el PIB per cápita, con aumentos significativos en los empleos de calidad y en los salarios reales.

 

Los enclaves autoritarios (senadores vitalicios y designados, un Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas y un COSENA que estaban por encima del Presidente de la República, el sistema binominal) relegados al basurero de la historia. Falta mucho, no cabe duda. Pero ahora tenemos la oportunidad de avanzar hacia una Constitución de la Ciudadanía entera, con contribuciones de todos nosotros. No podemos fallar.

 

La alternativa es la barbarie de nuestras intransigencias, las estaciones de metro quemadas e inutilizadas, el grafiteo mentiroso que desfigura nuestra ciudad e incita al odio, los incendios a cualquier símbolo de lo que consideramos execrable. Tenemos que entender cabalmente que la única alternativa al diálogo y a la negociación es la guerra civil. Como otros han dicho, estamos todos en el mismo bote y no podemos bajarnos.

 

Una nueva constitución no va a solucionar todos los problemas que tenemos: las remuneraciones que ponen a muchos en el filo de la pobreza, las pensiones insuficientes, las eternas listas de espera en hospitales para quienes necesitan con urgencia una cirugía, los medicamentos fuera del alcance del que los necesita, la mala educación para la mayoría de nuestros niños, y suma y sigue. La Constitución no es la varita del Hada Madrina, es sólo el marco indispensable para que avancemos hacia la sociedad que queremos, paso a paso. Pensar que lo podemos hacer de un salto es una quimera que, en otras partes del mundo, les han costado sangre, sudor y lágrimas a sus ciudadanos. Lograr el pleno desarrollo (que no es más de lo mismo, sino construir la sociedad del conocimiento), disminuir las inequidades, lograr un mejor estándar de vida para todos requerirá de un esfuerzo titánico. Seguir entendiéndonos como nuestros parlamentarios lo hicieron en la memorable noche del 15 de noviembre.

 

Es indispensable reanimar nuestra alicaída economía y empujarla hacia el siglo XXI. Para ello, tenemos que abandonar dogmas y, con pragmatismo, para que gobierno, trabajadores y empleadores, en forma cooperativa, tomen acciones que las experiencias de desarrollo en el mundo han demostrado que son necesarias para alcanzar una sociedad justa y desarrollada. Y todo en el marco de la ley y con debido respeto a las restricciones financieras que tiene un país aún pobre. Pero el espíritu de encuentro del Acuerdo por la Paz y la Nueva Constitución, y el proceso de elaborar la Nueva Constitución que se viene, nos dan la esperanza que podremos abandonar nuestros prejuicios y avanzar hacia el horizonte de una nueva sociedad. No vaya a ser que desperdiciemos este momento y volvamos a nuestras rencillas que, al agrandarse en abismos, sólo conducen a la destrucción de nuestro país. No perdamos la democracia que recuperamos con tanto esfuerzo, y astucia, hace 30 años.

 

*El extracto de la columna fue publicada en diario La Tercera el 10 de diciembre de 2019.

 

Manuel Agosin
Académico Depto. Economía