La nueva reforma universitaria

* Publicado en Diario La Tercera el 18 de agosto

 

El titular del diario indica que existen cuatro universidades chilenas entre las mil mejores del mundo y el subtítulo señiala que el ranking de Shanghái evaluó a la Universidad de Chile como la única del país entre las 500 mejores. ¿Hora de destapar champaña en nuestra querida Casa de Bello? Todo 10 contrario, la lectura de estas mediciones es que tenemos universidades que están demasiado rezagadas para ser un país desarrollado. De acuerdo con los rankings internacionales, nuestro desempeño es bastante mediocre.

 

Al contrario de lo que opinan algunos de nuestros estudiantes y profesores, pienso que mejorar la calidad de nuestras universidades no pasa por la incombustible triestamentalidad, ni por hacer investigación más ligada a lo que ellos denominan las reales necesidades del país, ni por igualar los sueldos entre las facultades. 

 

Hay cosas mucho más urgentes y relevantes. Primero, necesitamos más y mejores profesores, no solo chilenos, y que vengan de las mejores universidades del mundo. Que nos evalúen a los cinco años, exigentemente, como se hace en Estados Unidos, y no esperar más de 10 años como ocurre acá. 

 

Segundo, necesitamos tener herramientas y procedimientos menos engorrosos para despedir a quienes no cumplen, y no vivir presos de los dictámenes de la Contraloría, ni de la amenaza de juicios. 

 

Tercero, necesitamos tiempo para mejorar nuestras clases y hacer investigación de calidad, y no perderlo en firmar cada semestre los mismos inútiles certificados de expertise y de competencias para nuestros profesores externos. Tampoco perder el tiempo buscando la forma correcta, pero mucho más cara y lenta, de adquirir productos y servicios. Necesitamos que sea más importante el/la director/a de investigación que el/la jefe de la unidad jurídica. 

 

Cuarto, urge cambiar el gobierno corporativo de nuestras universidades. Se requiere menos votaciones y más modernidad organizacional, que reduzca el poder de los grupos de interés y ponga a los profesores donde mejor lo hacen, en la sala o en un laboratorio. Si los propios profesores nos autodefinimos las reglas y las evaluaciones, no esperemos que estas sean muy exigentes. 

 

Quinto, se necesita acortar la duración y orientación de las carreras de pregrado. En un mundo donde la tecnología cambia dramáticamente, los conocimientos tienen un grado de obsolescencia más alto. Enseñemos menos cursos por áreas, repitamos menos contenidos y fomentemos la capacidad de innovar y crear, con menos ramos obligatorios y más electivos. Preguntémonos qué sentido tiene reprobar a un estudiante y que haga el curso de nuevo. Preparemos a nuestros estudiantes para el futuro, no con nuestras herramientas del pasado. 

 

Producto de la pandemia algunas cosas cambiaron. Ahora tenemos firma digital, pero ojalá tuviéramos que firmar solo lo mínimo. Ahora no tenemos que firmar la hoja diaria de asistencia a la universidad, obviamente señalando la hora de entrada y salida. Como si el ir bastase para producir. Ojalá no tengamos que hacerlo más. Ahora estamos yendo solo algunos días a dar clases, esperemos no tener que hacerlo todos los días si no es indispensable. ¡Cuánta productividad perdida en procedimientos inútiles y obsoletos! 

 

Esta pandemia demostró que el trabajo remoto se puede hacer y bien hecho. Esperemos no volver a los mismos vicios de la antigüedad prepandemia y enfrentemos los desafíos de la modernidad. No desaprovechemos la oportunidad y eliminemos la burocracia sin sentido que nos adormece y nos limita. Debemos estar a la altura del desafío y establecer procedimientos claros y más exigentes para los profesores. Es el tiempo de la nueva reforma universitaria. Es el tiempo de celebrar estar entre las 100 mejores del mundo. Solo así valdrá la pena mirar el ranking de Shanghái y destapar la champaña. 

 

Roberto Álvarez
Director Escuela Economía y Administración