Nuestras exportaciones y la guerra comercial de Trump

No nos percatamos de que los volúmenes exportados se estaban estancando, porque los precios de nuestras exportaciones subieron muchísimo en las últimas décadas.

La contundente victoria de Trump traerá vientos en contra para la economía chilena y, especialmente, para nuestras exportaciones. El presidente electo prometió subir los aranceles para productos chinos en un 60% y para el resto del mundo en, al menos, un 10%. Es improbable que nuestro tratado de libre comercio con Estados Unidos nos proteja de estas alzas porque no es claro que la administración Trump lo respete. Además, una eventual guerra comercial global subirá las tasas de interés afectando negativamente nuestro crecimiento.

Este será un enorme desafío para nuestras exportaciones que, desde hace tiempo, están en problemas. Desde la crisis financiera de 2008, nuestro volumen exportado (por volumen se entiende, por ejemplo, las toneladas de cobre y celulosa y los kilos de salmones y cerezas) viene creciendo a un magro 0,3 por ciento anual, en contraste con un 8 por ciento anual entre 1990 y 2007. Es cierto que, tras la crisis, el crecimiento del comercio internacional cayó en todo el mundo, pero en Chile la caída fue mayor. Desde 2009, somos el país OCDE con menor crecimiento del volumen de exportaciones y, en América Latina, solo Argentina tiene tasas de crecimiento inferiores a las nuestras.

Las cifras anteriores se conocieron hace solo dos semanas, en un informe de Espacio Público. Antes conocíamos las cifras sobre nuestros ingresos por exportaciones, cuya evolución ha sido mejor que la de los volúmenes exportados, cercano al promedio de los países OCDE y de América Latina. No nos percatamos de que los volúmenes exportados se estaban estancando porque los precios de nuestras exportaciones, en particular del cobre, subieron muchísimo en las últimas décadas.

Varias de nuestras exportaciones más exitosas (madera, salmones, frutas y vinos) enfrentaron nuevos desafíos que no lograron sortear. Cuando estas industrias surgieron, las inversiones requerían trabajadores poco especializados, el impacto ambiental era menor (o el mundo era menos sensible al tema) y los retornos eran mayores. Este espacio de crecimiento parece haberse agotado y hoy las inversiones son menos rentables. A esto se agrega que la ley del cobre que producimos cayó a casi la mitad.

Por otra parte, aparecieron tan pocos sectores exportadores nuevos, como las cerezas, que no pudieron compensar el estancamiento de los sectores históricos. Por ejemplo, a pesar de los esfuerzos por desarrollar las exportaciones de servicios, con la Estrategia Nacional de Innovación 2007-2020, estas bajaron a menos de la mitad entre 2007 y 2021 y, aun cuando han subido desde entonces, siguen por debajo de su nivel precrisis. Debemos revisar esta estrategia, extraer las lecciones del caso y potenciarla.

La falta de nuevos sectores que dinamicen nuestras exportaciones también se debe a que gastamos poco en investigación y desarrollo (I+D), un 0,35% del PIB, comparado con un 0,6% promedio de América Latina, y un 2,7% promedio en la OCDE. Es cierto que no basta con aumentar los recursos destinados a I+D, también debemos revisar cómo se gastan. Tenemos pendiente aumentar los recursos y mejorar la gobernanza.

Otra piedra de tope para que surjan nuevos proyectos productivos son las dificultades para negociar eficientemente las externalidades negativas de la mayoría de estos proyectos. Las externalidades territoriales deben ser negociadas, pero pese a que estas negociaciones cumplen un rol social fundamental, suele ser un proceso largo que queda en manos de los privados, que no poseen necesariamente ventajas comparativas para efectuarlo. Esto ha provocado la postergación de inversiones y la fuga de capitales a otros países. Las iniciativas lideradas por el Ministerio de Economía en este tema son importantes y, probablemente por el entorno polarizado en que vivimos, no han sido valoradas suficientemente por los empresarios y la oposición. Aunque hay temas que dependen de otros ministerios donde no ha habido muchos avances.

Sin embargo, también hay buenas noticias. Esta semana el Senado aprobó la modificación del acuerdo de libre comercio de Chile con la Unión Europea. Es un buen momento para avanzar en nuevos tratados que mitiguen el efecto de una eventual guerra comercial global. Al mismo tiempo, la Cancillería debe desarrollar una política de Estado que sea capaz de mantener a Estados Unidos y China como nuestros principales socios comerciales. También debiéramos regular la inversión extranjera para limitar los riesgos de retaliaciones a nuestras exportaciones por medidas regulatorias que incomoden a nuestros socios comerciales.

Las fuertes exigencias a nivel global para desplazarse hacia una economía verde con menor emisión de contaminantes nos ofrecen oportunidades importantes, no solo dentro del sector energético, sino también en otros, como la minería del cobre, que puede seguir experimentando un crecimiento en su demanda global. Sin embargo, hubo un exceso de optimismo sobre el potencial de corto y mediano plazo de la transición verde y un segundo gobierno de Trump profundizará esta tendencia negativa.

Es difícil imaginar una estrategia de desarrollo exitosa para una economía pequeña como la chilena, en la que las exportaciones no jueguen un rol central. De hecho, este ha sido uno de los consensos (casi) transversales que hemos mantenido durante décadas. Existen diferencias sobre cuáles políticas debiéramos priorizar y hemos experimentado importantes cambios de énfasis con cada gobierno, lo que ha dificultado avanzar. Sería preferible alcanzar un consenso amplio que incluya varias de las propuestas esbozadas en esta columna (y otras). Este tema ya era crucial antes de la elección de Trump, pero con los nubarrones que esa elección trae consigo para nuestra economía, su relevancia es aún mayor.

El Mercurio, 17 noviembre 2024.